Crecer o no crecer, esa es la cuestión
- Tania Díaz Michel E.
- 30 abr 2016
- 5 Min. de lectura

“Las personas adultas se avergüenzan de su infancia como de su inocencia, y luego también de su juventud, porque lo más fácil y lo más cómodo y lo de mejor gusto es olvidar a tiempo lo que ya no se tiene.” Xavier Velasco, Diablo Guardian.

Cuando se es niño el tiempo es leeeentoooo, las nubes pueden ser percibidas como algodón de azúcar que a la vez toman forma de figuras que cambian con el movimiento del aire; dinosaurios, monstruos, peces, dragones y todos los contenidos internos que proyectamos en las nubes representan la capacidad de imaginar, de fantasear, en términos de Winnicott, un espacio creativo que favorece la expresión del mundo interno en un espacio transicional. Poco a poco, el pequeño pasa de estar en los brazos de mamá a ver que con su capa de súper héroe se echa a correr por las escaleras argumentando que volará, porque en realidad cree que cuenta con súper poderes o la pequeña que al vestir como su princesa favorita no piensa que es como ella, sino que es la princesa. A esto le llamamos narcisismo primario, el cual es característico de los niños y pueblos primitivos, mismos que crean mitos y fantasías que toman como una explicación de su realidad, entre estos encontramos las fantasías del monstruo debajo de la cama, explicando un miedo que amenaza su mundo interno, o las diferentes cosmognías de las culturas antiguas, dando una explicación a sus orígenes.
Al pasar del tiempo, el niño va cambiando este pensamiento mágico o fantástico por uno mas realista; de igual forma, pasa de un pensamiento concreto, que toma con literalidad la realidad y no logra comprender sin apoyarse de figuras tangibles; al pasar de los años, se va desarrollando un pensamiento abstracto, capaz de descomponer y analizar distintos aspectos de una misma realidad, pensando y actuando simbólicamente. Dentro del mundo de la adultez nos encontramos con todo tipo de personalidades. Si recorremos la literatura psicoanalítica nos topamos en primera instancia con Sigmund Freud, quien habla de las principales etapas del desarrollo psicosexual (oral, anal, fálica, latencia y adolescencia), es en éstas en dónde se forma la personalidad del individuo, de acuerdo a cómo pasa y elabora los desafíos que representa cada una de las etapas, se hace manifiesta en fijaciones o regresiones a cada una de éstas, formando así la personalidad de individuo. Algunos pensarán “ya crecí, he madurado” otros se viven como “Peter Pan”, eternamente niños. A lo largo de la vida me he topado con el famosísimo “Síndrome de Peter Pan” que en términos psicodinámicos habla de una personalidad con un yo que permanece con características infantiles, es decir, su realidad está construida en tanto a sus necesidades infantiles (ensimismamiento, dependencia, impulsividad, entre otros), busca permanecer estático; comúnmente tienen que hacer un duelo por la pérdida de su entorno, que al contrario de éste evoluciona continuamente.

Es Arminda Averastury, quien habla de los duelos que tiene que pasar el niño para que al final de la adolescencia logre consolidar un mundo adulto, esto conlleva a crear una identidad, independencia, madurez, entre otros. Para esta autora argentina, los principales duelos en la adolescencia son: el duelo por el cuerpo infantil, afrontar los cambios fisiológicos; duelo por el rol y la identidad infantil, asumir las nuevas responsabilidades que conlleva el crecimiento, además del desprendimiento de los padres en cuanto a responsabilidad e independencia se refiere; por último, el duelo por los padres de la infancia, quienes para los pequeños son sus grandes héroes y modelos a seguir. Es durante esta etapa que se empiezan a tomar modelos de identificación externos a la familia y los padres comienzan a ser desidealizados. Durante este proceso, se da una búsqueda de sí mismo y de la identidad, los padres comienzan a ser menos necesarios en la vida de los chicos, éstos comienzan a exteriorizar la sexualidad y a conducirse de manera grupal, formando identificaciones con los miembros de estos grupos. De igual forma, surge una necesidad de intelectualizar (utilizar una teoría que explique su manera de conducirse) y se recurre al fantaseo para escapar de sus dolencias y crisis “nadie me entiende”. Por una parte el adolescente tiene que someterse a lo que el mundo adulto le pide y por otra busca rebelarse de las reglas impuestas, por lo que se crean sentimientos ambivalentes.

Vivir las etapas de acuerdo a los retos que cada una representa es lo que da estabilidad a la personalidad adulta. En la actualidad, los niños son, la mayor parte de las veces, pequeños adultos que juegan a ser niños, visten y actúan como los personajes de moda, realizan actividades que implican un crecimiento académico y profesional y que abarca poco la temática del juego y el fantaseo, lo que desde mi punto de vista está impidiendo la capacidad de simbolizar y formar un yo sano, quedándose en lo concreto, con lo que las expresiones creativas genuinas han quedado un poco relegadas, ahora se busca crear a partir de máquinas y conocimiento, jugar con consolas de videojuegos o computadoras. El proceso de fantasear e imaginar se ha reducido, siendo éste de gran importancia para el desarrollo mental de los pequeños. Hoy en día nos encontramos con desordenes psicológicos que tienden más hacia la depresión, la angustia y un gran incremento de trastornos de carácter, los cuales son producto del atrofiamiento del aparato mental y las fijaciones que se dan en las etapas tempranas del desarrollo, ya sea por exceso de gratificación o frustración. Todos conocemos a alguna persona “forever young” esto no precisamente por ser primos de Dorian Grey, sino porque se niegan a envejecer, no pueden asumir la responsabilidad que implica el mundo adulto y tampoco disfrutar la independencia que les brinda. Buscan la eterna juventud, la cual no se consigue ni arrojando una moneda a una fuente ni frotando una lámpara mágica para pedir el deseo de ser siempre jóvenes. Cada vez más, vemos pequeños que quieren ser grandes y adultos que quieren ser pequeños, al parecer en la modernidad la vida se vive a destiempo, por ello la importancia de disfrutar lo que se nos va presentando en la vida a su tiempo y no en plena crisis de los cuarenta.
Siempre habrá un poco de ese niño dentro del adulto, el que se ilusiona, fantasea y sueña, que recuerda los momentos más felices de su infancia con una canción, una película o el olor a Play Dough. Recordar es vivir, y qué mejor que recordarnos lo felices que nos hacía jugar con nuestros amigos, hermanos o hasta con nuestros padres, comiendo nuestra golosina favorita y disfrutando del gran espectáculo que vislumbraba en nuestros ojos y que hoy con nostalgia recordamos.

Referencias
Aberastury, A; Knobel, M. (2014) La Adolescencia Normal. Buenos Aires: Paidós.
Ilustraciones de Pascal Campion